La Pasión y Muerte de Jesús no son un accidente casual motivado por el desconocimiento y la insensatez de unos cuantos, sino la culminación de su vida, el desenlace de una tragedia que comenzó a tramarse con su nacimiento. Por eso para comprender lo que significa la Cruz hay primero que comprender lo que significa su vida.Vamos primero a plantearnos la situación anterior cuyo resultado es la muerte de Jesucristo: el pecado. El sentido profundo del pecado consiste, todos lo sabemos, en la negación de Dios, el rechazo de su voluntad en nuestra vida que conduce a la desaparición de la posibilidad de dirigirse a él de forma natural e ingenua, como un niño pequeño se dirige a su padre. Por eso con el pecado aparece la angustia, la necesidad de relacionarse, sea como sea, con Dios, pero experimentamos que Dios es el Tú con el que nunca se puede tratar de igual a igual, el que, desde su perfección, saca a la luz nuestra imperfección.En esta situación aparece Jesús como enviado de Dios que propone una nueva relación con él: Dios es Padre que perdona. Esta, que es la imagen definitiva de Dios, no fue aceptada por los hombres. Jesús había prestado durante toda su vida el servicio de mostrar a Dios como Padre para provocar la fe en su reino, en el perdón de los pecados. Esto conllevaba una transformación radical de la vida de los hombres, si Dios nos llama y acoge a todos las barreras que nos separan comienzan a no tener ningún sentido. Por eso llegó el momento en que, si Jesús continuaba con su obra, muchos serían molestados e intentarían deshacerse de él.
Jesús podía haberse escondido o haber cambiado su forma de hablar y actuar para proteger su vida. Sin embargo no lo hizo, para él anunciar y vivir la Buena Noticia no era algo anecdótico o pasajero, sino una realidad de tal trascendencia que merecía la pena arriesgar y perder la vida por ella. La muerte de Jesús es la consecuencia de que, para él, su mensaje y su misión fueron aún más importantes que la misma vida.
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