Los primeros cristianos fueron los que experimentaron el poder de la presencia de Jesús entre ellos incluso después de su muerte. Cuando todo parecía perdido, cuando el anuncio de la Buena Noticia corría el peligro de convertirse en una ilusión pasada, descubrieron que Jesús seguía guiándolos e inspirándolos, algunos de los que le habían visto y conocido lo vieron de nuevo vivo después de su muerte. Había resucitado.
La resurrección de Jesús produjo, y sigue produciendo, tal impacto en nosotros, sus seguidores, que nos resulta imposible creer que nadie pueda ser mayor que él. La resurrección no significa simplemente que Jesús volvió a la vida, sino que se ha mostrado como el único y definitivo criterio del bien y del mal, de la verdad y de la mentira, la única esperanza para el futuro, el único poder capaz de transformar el mundo
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