sábado, septiembre 13, 2008

El Amor sin límites...

24º Domingo del tiempo ordinario
14.09.08


Lecturas:
Eclo. 27, 30 – 28, 7
Sal. 102
Rom. 14, 7 – 9
Mt. 18, 21 – 35


Al entrar en este Mes de Septiembre, en la Iglesia se nos incentiva a la lectura orante de la Biblia, o sea, leer la Palabra de Dios y hacer eco de ella en mi vida; dejar que me interpele, y aplicarla a algo concreto en mi existencia. Como católicos, debemos acercarnos a la Palabra de Dios, depositario de la fe que profesamos, siempre sabiendo que es Dios quien nos habla a través de ella. En este fin de semana, se nos habla de perdón de las ofensas y de olvido de la antigua ley del talión.
El libro del Eclesiástico, nos dice que el “rencor y la ira son abominables”, porque terminan haciendo un gran daño a la persona, quien frente a Dios deberá rendir cuentas de sus actos. Positivamente, podemos decir que Dios quiere que el hombre crezca en virtud, que abandone sus obstinaciones que lo separan de quien le ha hecho daño, y mire hacia el futuro en una comunidad abierta al diálogo y el perdón. Aprender a ser hermano, y sobre todo humano en todas las relaciones con otros: “Perdona el agravio de tu prójimo y entonces, cuando ores, serán absueltos tus pecados”. La misericordia es la clave en esta lectura.
La segunda lectura, tomada de la carta de Pablo a los romanos nos dice que somos de Dios, en la vida y la muerte: estamos en sus manos gracias a la Redención del Señor Jesús. Si no fuera por Él, seguro ni la vida ni la muerte tendrían un destino claro; pero para el cristiano toda la existencia queda redimida al estar en sus manos.
Mateo, el Evangelista, nos plantea la misma disyuntiva que veíamos en la primera lectura: el perdón y la misericordia. “Señor, ¿cuántas veces tendré que perdonar a mi hermano las ofensas que me haga?” La respuesta de Jesús es clara y contundente: “Hasta setenta veces siete ”, o sea, siempre. El hombre no puede quedarse con el rencor y debe perdonar para que Dios le perdone. Así lo expresa claramente Jesús luego en la parábola del hombre que es perdonado por la tremenda deuda que tiene con su señor, pero que no es capaz de perdonar una pequeña deuda de un hermano suyo. ¿Cómo pedir misericordia por las debilidades propias si no estoy dispuesto a darla y ofrecerla a los demás?

Aprendizaje de la Palabra:

- Perdón y justicia: una de las primeras cosas que se nos presenta como disyuntiva en las lecturas de este fin de semana es ¿Qué pasa frente al tema de la justicia? Si pensamos en el principio jurídico de justicia, de dar a cada uno lo que le corresponde, ciertamente la Palabra de Dios hoy nos ilumina más que nunca: Dios es Justo, y Él se encargará de hacerla valer frente a su Presencia. El hombre, junto con buscar esa justicia (acusarse de la deuda, de acuerdo al Evangelio), solo puede pedir misericordia y esperar a que su Señor le perdone la deuda, pero para que así sea, pero la deuda queda saldada frente al Señor cuando nos olvidamos de ella y somos capaces de dejar atrás esa deuda que otros tienen; el Padre Nuestro nos ofrece luz en esa oración respecto del tema.
- El perdón nos enriquece: Hoy el mundo cada vez es más conciente de sus derechos y exigimos justicia frente a lo que consideramos una injusticia en contra nuestra. Es un valor muy apetecido y que cuenta mucho… no así el perdón, que es visto como una debilidad o incluso una estupidez… pero la ilógica de la palabra de Dios nos invita a perdonar, de acuerdo al mismo ejemplo del Señor al morir por nosotros, y alcanzar justicia por nosotros, que no podíamos reconciliarnos solos con Dios. El perdón que Dios ofrece en su Hijo en la Cruz es tremendamente más infinito que el perdón que nosotros podemos ofrecer a nuestros semejantes, y por ello, cada vez que perdonamos, estamos matando al odio y las iras para dar paso a la infinita misericordia de Dios a quien le dejamos nuestra justicia en sus manos.
- Superar los rencores y las iras: Cada cual en su corazón seguramente tiene que hacer algo en este respecto… ¿Cómo lo hago? Solo amando de verdad. El amor no se calcula, ni siquiera con el número siete, porque el amor es infinito, es el Siempre de Dios entre nosotros, es la respuesta más clara y rotunda frente al pecado. No dudemos en perdonar y tener misericordia, y así seremos libres para agradecer al Señor.

Le pedimos a Dios poder ser siempre suyos, dejar atrás rencores, ofensas e iras, y comenzar a ser discípulos misioneros que llevan el Evangelio del Amor a todos los rincones. Amén.

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