martes, abril 06, 2010

Queremos pedir disculpas a las personas que se informan por este medio de los acontecimientos de nuestra parroquia, pero por falta de tiempo y problemas técnicos fuera del alcance de estos administradores, hemos tenido que dejar un tiempo de actualizar la página, pero hoy ya volvemos poniendo al día a la gente que le g usta saber .

Iniciando este año con las diferentes actividades de Semana Santa, entre ellas el Retiro que se hace los viernes y sabado santo.

A continuación les dejo el tema que se impartió el día sabado Santo y que lo dio a conocer el Orador Padre Cristian Moya Huerta, Vicario Parroquial.


Retiro Semana Santa 2010
Parroquia Nuestra Señora de las Mercedes, Concón.

Estamos ya en un nuevo Sábado Santo, y parte el así llamado Triduo Pascual, que en realidad comenzó el jueves, con la Misa en donde Jesús instituye el Sacramento de la Eucaristía para entregarla a sus discípulos; continúa ayer con la Pasión y Muerte y concluirá hoy en la noche, cuando la Iglesia se adelante a la Resurrección de su Señor. Son días en los que con respeto revivimos un ciclo que repetimos en nuestra propia carne al hacernos discípulos misioneros.
Durante estos días en que vivimos la pasión, Muerte y Resurrección del Señor, estamos invitados a aprender a guardar silencio frente al misterio y contemplar desde la fe lo que Dios hizo por cada uno al entregar a la muerte a su propio Hijo hecho hombre. Este hecho, que cambia nuestra historia y marca un antes y un después en la historia de la Salvación, nos enfrenta ante muchos dilemas con la respuesta que damos a Dios, principalmente al preguntarnos por el dolor de por medio con que esta redención se lleva a cambio. Nosotros, seres finitos, no estamos preparados para vivenciar el dolor sin quejarnos de él. El sufrimiento y dolor nos lleva a un estado de aturdimiento que no nos deja levantarnos fácilmente; nos hace perder la conciencia de la realidad y nos dificulta el camino. Acompañaremos en esta mañana al Señor en el dolor…

Dolor humano
Al hablar del dolor humano, decía que no estamos plenamente preparados para vivenciarlo y salir ilesos de él. Hemos hecho una sociedad en donde las palabras “dolor”, “sufrimiento” y sus derivados, son vetados del vocabulario cotidiano, y los disfrazamos con frases melosas sobre bienestar, publicidad por medio que nos quiere llevar a un mundo fantástico donde todo es fácil e instantáneo, al alcance de un clic frente al computador o mostrarnos lo exitosos que podemos ser de manera rápida sin preocupaciones mayores. Pero la vida nos enseña que no siempre es así nuestra existencia. Acabamos de salir hace un mes de trágicos acontecimientos que nos sobrepasaron largamente en el dolor y la muerte que apareció con fuerza producto de la furia de la naturaleza. Muchos nos preocupamos de los nuestros y nos alegramos al saber que estaban vivos… otros muchos lloraron la partida de un familiar o amigo producto de la mega tragedia vivida. Como nunca, nos preguntamos por el otro, saber como estaba; como nunca nos apegamos a la vida, en otras ocasiones tan pisoteada en personas mayores, enfermas o aquellos por nacer… en estos días nos ha importado estar vivos y sanos… llenos de sufrimiento, pero vivos… Si en otros momentos la sociedad olvidaba a los más débiles en la vida, hoy eso desapareció al menos por estos días… Y todo esto, envuelto con dolor que aún no sabemos claramente como canalizar para aplacar lo vivido.
No han faltado tampoco en estos días los que frente a los acontecimientos han echado la culpa a Dios por el dolor vivido “injustamente”, de no encontrar las respuestas a tanto dolor vivido y muerte esparcida por muchos lugares del sur de Chile. Cuando algo nos sucede, tendemos a enojarnos con el Señor por lo sucedido y le echamos la culpa de que no haya intervenido para frenar el dolor que nos embarga. Pocos son los que de buenas a primeras sacan lecciones edificantes o esperanzadoras en los primeros momentos. Por ello, debemos reformular esos parámetros como hombres y mujeres de fe, dispuestos a iluminar nuestros días y los de los demás a través del Evangelio.
Al alejarnos un poco del dolor inicial, las lecciones que podemos sacar son ciertamente edificadoras y sanadoras. Podemos transformar el dolor en una fuente de gracia y bendición; podemos mirar y aprender que después del sufrimiento, hay esperanzas… No todo está perdido luego del sufrimiento. Quienes son más fuertes y tolerantes frente al dolor, podrán salir vencedores de él, pero esa no es una tarea fácil de lograr.

Dolor iluminado por la fe

Cuando hablamos del dolor, indudablemente nos viene a la mente nuestra relación con el Señor, y nos preguntamos ¿porqué el dolor en nuestra vida? Le pedimos explicaciones y exigimos respuestas frente a él. Nos confundimos, nos atemorizamos y hasta renegamos de lo que vivimos, como queriendo despertar de un mal sueño una noche cualquiera. El dolor, definido como “una experiencia desagradable, sensorial y emotiva, asociada con un daño que sufre el organismo”, nos hace caer en cuenta de la fragilidad asociada a nuestra humanidad que no podemos evitar vivir.
El hombre desde que la humanidad existe, ha buscado respuestas a ella, y la religión ha aportado algunas respuestas, que vale la pena echar un ojo :

En el hinduismo, la causa del sufrimiento es el "karma", que se origina como consecuencia de las acciones malas que se han cometido en la vida presente o en anteriores reencarnaciones. Se libera alguien del "karma" mediante el conocimiento de la verdad y el anuncio de la palabra de Dios. Dios es el remedio. Paralelamente, se mencionan otras causas del dolor, que son: los dioses, el mundo, la ignorancia y el sufrimiento.

En el budismo, el problema del dolor se expresa en "las cuatro nobles verdades": 1) Todo es sufrimiento. 2) Su causa es la pasión-ansiedad egoísta. 3) Sólo el nirvana puede eliminar la causa. Ya se hace en esta vida, pero será plena en el futuro. 4) El sendero que conduce al nirvana es "la óctuple rectitud": esto es, la rectitud de visión, de pensamiento, de palabra, de acción, de vida, de esfuerzo, de atención, y de meditación.

En el islamismo, el dolor se origina por la oposición a la palabra de Dios. Dios es quien puede remediar el dolor. En la corriente "chiita" se afirma la solución por una compensación; según esta corriente existió un redentor, de nombre Al Hally, que murió crucificado en Bagdad en el año 922.

En la religión africana tradicional, el sufrimiento lo provocan los espíritus o los ancestros que se han ofendido por los delitos cometidos contra la vida u otras faltas morales, como el robo, la esclavitud, etc. La solución al dolor será primero identificar el espíritu al que se ha ofendido y luego ofrecerle sacrificios.

De las formas expuestas acá, la que más se acerca talvez a nosotros es la solución que da el Budismo, en el sentido de aprender a superarse para vivir rectamente, o alcanzar la “óctuple rectitud” como lo llaman. ¿Qué respuesta da el cristianismo al tema del dolor?
El Papa Juan Pablo II en Salvifici Doloris el año 84 nos expresaba 3 partes a distinguir en ella.

El mal y el sufrimiento
El Papa explica que si bien es cierto en el A. T. mal y sufrimiento se identifican, éstos se distancian mas claramente en el N. T. con la letra griega; así, mientras mal apunta más a algo externo que hace daño, o la carencia de algo que se debiera tener, el sufrimiento se identifica con una actitud más pasiva y de padecimiento. El mal parece tener que ver con la privación de algo necesario que consideramos un bien (salud, estabilidad emocional o física, prosperidad), mientras el sufrimiento es algo relacionado con la consecuencia producida por el mal, sus secuelas que no nos dejan en paz mientras el mal no desaparezca.

¿Por qué el sufrimiento entonces? ¿Qué sentido tiene en la vida?
Cuando nos enfrentamos al dolor, no siempre tenemos las respuestas claras de cómo lo superaremos. En las SS. EE. El mal y sufrimiento aparecen como consecuencia del pecado; al menos en la época de Jesús esa era la creencia popular. Si a alguien le iba mal, era porque algo malo había en su vida que no se había revelado claramente. El libro de Job en el A. T. es un claro ejemplo del cuestionamiento del dolor del justo. ¿Por qué el justo padece males en vida? La respuesta, el libro no la entrega claramente, y deja abierto el tema al misterio del porqué se sufre, aún siendo buena persona. Hasta hoy, el hombre se pregunta esto, sin saber qué hay detrás del misterio del dolor.
Job aparece así como quien padece y se queda callado, que no cuestiona el proceder de Dios y simplemente padece lo que vive, a pesar de que sus amigos le instan a buscar en su conciencia el mal que pudiese haber hecho, y hasta su mujer le reprocha que no cuestione a Dios. Job, para muchos es el enigma del dolor vivido sin razón aparente, y hasta una imagen de Jesucristo, quien padecerá lo indecible solo por amor. Hay que decir ciertamente, que el dolor en el A.T. no es solamente por sufrirlo: tiene un sentido corrector, para cambiar de vida, es un llamado de atención de parte del Señor, porque si no fuera así, estaríamos hablando de un Dios castigador que no tiene misericordia con sus criaturas e hijos.
¿Cuál es el sentido del sufrimiento de Job? La respuesta que más se acerca, parece ser la prueba… sufrir para ser probado en la virtud, algo que no hablamos hoy a menudo, y que nos hace tanto bien. Las pruebas son siempre para el crecimiento en la vida, y no son un obstáculo como se nos hace creer a veces. Si el dolor nos desarma, la prueba nos prepara para superarlo. Ser probados hará que salga de nosotros la esencia de lo que estamos hechos, dejando atrás las caretas sociales que nos imponemos inútilmente muchas veces, para que el alma aparezca y sea el espíritu el que nos oriente sobre cómo nos manejaremos en determinadas situaciones límite.

Cristo y el sufrimiento
Cuando hablamos de Cristo y el sufrimiento, perfectamente podemos decir que desde pequeño aprendió de él; aún sin tener conciencia, sus padres deben escapar para salvar la vida del pequeño Jesús. En el exilio, probablemente aprendió a vivir como un desplazado, en un país de lengua extraña que además asociaba a su pueblo con la esclavitud predecesora de los antepasados. En su niñez y adolescencia seguro hubo dolores que desconocemos, como la muerte de José y de su familia hasta quedar solo con María, su madre.
¿Cómo enfrenta Jesús el dolor?; ¿De donde aprendió a fortalecerse para salir adelante?; ¿Qué hacía con su dolor? Hay muchas preguntas frente a la relación de Jesús y el dolor; ciertamente sabemos lo que hacía con el dolor ajeno, de cómo se disponía para acogerles y sanarles, de lo que buscaba con tantos y tantas que se acercaban; pero de quien y cómo aprendió eso de “llevar la cruz, de dar la vida por los amigos”, de decir “Padre, perdónales porque no saben lo que hacen”… Dios lo preparó para que su sufrimiento como justo fuera el que nos salvara; Dios le enseñó a crecer desde niño para saber a cual sufrimiento se enfrentaría al llegar el momento adecuado.
Al leer las escrituras, ciertamente nos topamos con figuras de Jesús que aparecen ya desde el A. T.; ya mencioné a Job, pero al repasar los textos del profeta Isaías y sus cánticos de Siervo, aparecen como claros anticipos de dolor y discipulado. El sufrimiento de Cristo al leer los textos de los relatos de la pasión, desencadena más fuertemente en el desenlace que conocemos.
En la Pasión de Jesús, nos encontramos frente a uno de los más decisivos acontecimientos que desde la fe, son esenciales en nuestra salvación. El observar esos textos que contienen la pasión, nos arrojan una luz que ningún otro acontecimiento nos ha entregado y nos entregará jamás. El sufrimiento del Justo Perfecto, que hecho hombre se ha ofrecido por los pecados de todos nosotros.
¿Han pensado en el dolor humano del Señor en los días previos a su pasión y muerte? Pocas veces nos detenemos a reflexionar en el tema. Muchas, hasta que no vivimos una experiencia límite, en donde vemos la muerte cerca, no nos detenemos a pensar en ella. Cuando tenemos experiencias sobre la vida de dolor, podemos emprender cosas jamás imaginadas. En Cristo, el dolor además el dolor adquiere un sentido redentor muy nítido. Ninguno de nosotros puede siquiera imaginar el beneficio del dolor redentor de Cristo; en él ninguno queda fuera de la esfera que se esparce a toda la creación, hacia atrás en la historia y hacia delante en la eternidad: todo queda tocado con la gracia santificadora de la salvación.
Al leer los relatos de la pasión no podemos no sorprendernos de la crueldad de tanto dolor… Ni sé cual relato tomar, por eso los menciono para que cada cual los escoja y vuelva a releer con cuidado y detención. Solo se que nunca ninguno de nosotros podrá experimentar un dolor como aquel que Jesús vivió; solo alcanzo a ver que el dolor es el comienzo de nuestra salvación.
¿Cómo se habrá sentido Jesús en medio de tanta soledad? Los relatos dicen que sudaba sangre mientras oraba antes de la hora de ser entregado a sus enemigos (Lc. 22, 44)… seguro sentía miedo, mucho miedo de no soportar tanto dolor. Su humanidad se siente frágil y se revela ante lo inminente del dolor, como nos ocurre cuando sabemos que tendremos que pasar por una gran prueba (Lc. 22, 41 – 42). Pero estoy seguro que lo que más le duele, no es el dolor de los golpes que sufrirá, sino más bien traición de los suyos… Juan nos asegura que Jesús en el huerto sabía lo que iba a pasar (Jn. 18, 4) y por ello también les pide no caer en la tentación, les asegura que todos se escandalizarán (Mt. 26, 31) sin poder hacer nada, a pesar del ímpetu de Pedro y el resto que les aseguran que no lo dejarán (Mt. 26, 35).
Tanto dolor y traición cargado en el alma, tanto rezado y vivido… y ahora solo, absolutamente solo, comienza su camino de la Cruz; así se dispone a realizar la labor para la cual estaba listo; Jesús se dispone para concluir la labor a la que vino entre nosotros.

Preguntas y trabajo:
- Frente al dolor, ¿cuál es la primera reacción que tengo?
- ¿Cómo salgo del dolor, con un sabor amargo o aprendo alguna lección de él?
- Tomar alguno de los textos de la Pasión y compartir con alguien lo leído.
- ¿Algo te llama la atención de los relatos?

María dolorosa
El dolor de María en la vida junto al Señor, también tiene ciertamente pasajes evangélicos que conocemos bien y que nos dan grandes luces de todos los dolores. Sin embargo, en ella descubrimos otro gran regalo: que el dolor se hace redención y vida cuando se ama. Ella sin duda aprendió de su Hijo que le enseñó esto al pie de la cruz al entregarle por hijo a Juan en quien todos somos representados.
Ninguno camina solo, y la Iglesia hoy, especialmente hoy que es sábado, no puede olvidarse de que tiene una madre que en el dolor aprendió a cuidar a su Hijo hasta seguirlo al pie de la cruz. Imaginemos esa escena: desolación y llanto, desconcierto y fin; pesadumbre y desorientación. En ese escenario, la Santísima Madre, aprende a esperar lo que nadie a esas alturas esperaba. En medio de tanto dolor, de ver vejado a su Hijo durante la noche y la mañana, ahora lo ve colgado de una cruz aparentemente derrotado y a punto de morir. Cuanto dolor sembrado en esa jornada; cuanto amor no comprendido y entendido, más bien despreciado y maltratado frente a todos. La Virgen seguramente en su corazón piensa ahora en qué cosa se ha metido su Hijo y cómo Dios Padre le hará triunfar en de ella.
Probablemente al pie de la Cruz recuerda la profecía de Simeón (Lc. 2, 33 – 35), la que recibe aún en medio de la admiración que muchos sentían por su entonces pequeño Hijo. Cuantos años de aquella profecía que no olvidaría jamás, y que ahora estaba cumplida frente a sus ojos. Ella, como buena hija de Israel, sabe que el dolor es parte de la historia de su pueblo, y ahora se encuentra en el centro de esa promesa dolorosa de ver la caída y triunfo de unos y otros para que se manifestase y cumpliese las promesas de Redención de Dios. Seguramente, ella leyendo esa historia de salvación llena de idas y venidas del pueblo, acá al pie de la Cruz pudo comprender porqué tanto dolor sembrado para redimir. Así aprende la lección más valiosa de todo creyente: el dolor es signo de redención; así lo ha querido el Padre Dios, así lo está viviendo su Hijo amado. El dolor que se vive además con amor, se transforma en gracia pura y vivificadora. Seguramente mientras ve a su Hijo agonizar, comprende además que solo el que ama sufre hasta la muerte… ella ya sabía que el dolor redime, ahora comprende talvez que el dolor también es la muestra más sublime del amor de su Hijo por nosotros. En esos momentos mientras ve a uno insultar a su Hijo comprende porqué Dios la escogió a ella para tener y cuidar a este Hijo tan especial que ha venido a revelar el amor del Padre. Ella, que guardó en el alma muchas cosas y aprendió a recoger de las escrituras el paso de Dios en su pueblo, ve culminado un proceso de redención que trasciende todo lo que ella conoce.
Así, seguramente, aún aturdida por lo vivido con su Hijo el día viernes, la Virgen amanece el sábado expectante de lo que ocurrirá de ahí en adelante. Ella probablemente se quedó junto a los Apóstoles, que luego de la crucifixión se habían dispersado, ahora se reúnen en torno a la Madre, que pasa a consolar también en el dolor, y a hacer el papel de la mujer esperanzada. Nadie tiene certeza de lo que ocurrirá, por eso ella en esa incertidumbre, vuelve una y otra vez sobre las promesas de salvación que los discípulos ven colapsar, y logra rescatar lo esencial: Dios cumplirá sus promesas, no dejará que todo haya sido en vano, Dios Padre hará que su Hijo nos alcance lo que solos no podemos.
La tradición siempre ha hablado del silencio de María en este sábado, y de cómo ella mantiene viva la esperanza en esta jornada en el que el silencio se asoma por toda la tierra. Nosotros vivimos hoy sabiendo lo que ocurrirá, pero ese día para ellos, seguro fue oscuro y solo la luz que salía de las palabras de la Virgen Madre, les ayuda a sostenerse en la soledad. La Iglesia se ha mantenido al pie de la Cruz y en el silencio del sepulcro en esta jornada, a la espera de la Resurrección de su Señor.
La esperanza de la Virgen es la esperanza de la Iglesia en esta jornada, que espera ansiosa la Resurrección y que nos hace vivir una y otra vez el ciclo de pasión, muerte y resurrección en el camino de discípulos misioneros al que hemos sido llamados.

Santísima Madre, tu que al pie de la Cruz, al dar nuevamente el Si al Padre al entregar a tu Hijo no decaíste en la Esperanza de la Resurrección, extiende tu manto protector sobre nosotros y ayúdanos a Resucitar luego de pasar por la Cruz en la historia. Intercede ante tu Hijo para que no caigamos en la tentación de abandonarla, y crezcamos en las virtudes de la fe, esperanza y caridad. Amén.

Dios te salve María…

1 comentario:

Maria Laura dijo...

Gracias Ingrid pora esta catequesis sobre el Triduo Pascual, guardada para trabajar el proximo año si Dios asi lo permite. Cariños y bendiciones